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El presidente de Geox, Mario Moretti, forma parte
del jurado de la European Patent Office (EPO), que cada año entrega el
prestigioso European Inventor Award, y es un habitual del Foro de Davos.
En declaraciones a MERCADOS asegura que la última edición del evento
que organiza el World Economic Forum en la ciudad suiza ha confirmado la
pujanza de lo que denomina como capitalismo cultural, una nueva era en la que los empresarios ya no se distinguen entre sí invirtiendo en instalaciones o maquinaria, sino por las ideas que son capaces de generar en su organización o, en su defecto, sencillamente comprar.
Ese capitalismo cultural se basa en la premisa de que los inversores ya no se dirigen a un mercado de productos,
como ha sucedido hasta la aparición de la economía de los efectos de la
Red, sino a uno de proyectos. «Si queremos relanzar la economía europea
no hay otra solución que apostar por la innovación y el I+D en el actual contexto de la globalización,
de otro modo es muy difícil competir», sostiene Moretti. Eso explica
por qué, en el momento actual, «el empresario está hambriento de comprar
proyectos».
Sus palabras describen el sentir de otros participantes y los
organizadores del último Foro de Davos. El único español miembro del
consejo de tecnologías emergentes del WEF, Javier García,
ya alertó tras participar en los trabajos preparatorios de la cumbre,
que tuvieron lugar en Abu Dhabi, de que países emergentes con altos
niveles de liquidez, y de forma particular China, están multiplicando sus inversiones en I+D e innovación,
lo que podría conducir a una nueva división mundial de las economías en
la que la acumulación de capital ya no sea el factor determinante, sino
la acumulación de talento.
La innovación, la clave para la crisis
No es extraño, por eso, que si en 2012 la palabra más repetida en
Davos fue la de «crisis», debido a los efectos de una globalización que
en aquel momento parecía fuera de control, y si en 2013 se habló de la
supervivencia del euro y la sostenibilidad del sector financiero, en la
edición del pasado mes de enero el mantra repetido por todas las
delegaciones, desde las emergentes de África, Asia y Latinoamérica hasta las de economías avanzadas, fuera el mismo: la innovación.
En España hay que engrasar el motor de las ideas y la creatividad, lo
que significa fundamentalmente resolver una de las grandes carencias de
nuestro sistema: la transferencia de conocimiento desde los centros de investigación y las universidades a la economía,
en especial a las pequeñas y medianas empresas, las pymes.
Organizaciones muy flexibles capaces de generar de forma insistente
episodios de irreverencia, innovaciones empresariales que compiten
directamente con las de las grandes multinacionales en el ámbito de los
nuevos materiales, la biotecnología, la tecnología aeroespacial, las
telecomunicaciones, la impresión en 3D o la carrera del coche eléctrico.
El camino por recorrer resulta, no obstante, muy largo aún en nuestro
país. La profundidad de la crisis económica ha mutilado los presupuestos dedicados a actividades de I+D tanto en las empresas como en las administraciones.
Sólo en cinco años el número de empresas españolas que tienen
actividades de innovación se han reducido a la mitad, un dato que
refleja la incidencia de los recortes presupuestarios de las
administraciones públicas. Si en 2008 el Instituto Nacional de
Estadística (INE) cuantificaba en 36.183 el número de sociedades
innovadoras, en 2012 la cifra cayó hasta las 18.077.
Además, en ese ejercicio (del último que se tienen datos) se encadenó la
segunda caída presupuestaria de la serie histórica al retroceder otro
5% hasta sumar 13.410 millones de euros.
Tras el ajuste de los Presupuestos Generales del Estado (PGE) de
2013, cuando la partida dedicada a investigación cayó un 25%, las
cuentas del presente ejercicio han reconocido a esta área una subida del 3,5% con 6.133 millones de euros,
sumando el apartado civil y el militar. A pesar del gesto del Gobierno,
la Confederación de Sociedades Científicas de España (Cosce) considera
la cuantía «insuficiente para reparar el daño realizado».
En el ranking de las potencias más innovadoras, España ocupa el puesto 26 según el Global Innovation Index 2013
(frente al 29 de 2012), una clasificación liderada por Suiza y en la
que participan 142 países. La estadística, elaborada por la Universidad
de Cornell, la escuela de negocios Insead y la Organización Mundial de
la Propiedad Intelectual (Ompi), tiene en cuenta 84 parámetros y destaca
la apuesta de España por la sostenibilidad ecológica.
La Fundación Cotec, dedicada a fomentar la innovación en las empresas
y en la sociedad, distingue entre dos tipos de innovaciones, las
tecnológicas y las no tecnológicas. Las primeras son aquellas basadas en
las ciencias exactas y naturales, mientras que las segundas parten de
las socioeconómicas y las humanidades. Según el INE, el 20% de las compañías estudiadas tuvieron al menos una innovación no tecnológica en 2012, mientras que el porcentaje de las que tuvieron al menos una puramente tecnológica se quedó en el 13%.
Por regiones, Madrid (33,3%), Cataluña (24,7%) y País Vasco (11,3%)
lideran las inversiones en actividades de I+D, seguidas de Andalucía y
la Comunidad Valenciana. En el reparto por sectores, las propias actividades ligadas a servicios de I+D lideran la inversión, con el 12%, seguidas de las empresas de automoción, las farmacéuticas y las dedicadas a las telecomunicaciones.
800 millones de euros anuales
A pesar de los datos en rojo, el programa Horizonte 2020 de la UE podría suponer un retorno para España de alrededor de 800 millones de euros anuales
en el periodo 2014-2020, para financiar en régimen competitivo
proyectos de I+D con los demás Estados miembros. Además, el Gobierno
español podría dedicar más de 10.000 millones a actividades de
innovación y ayudas a las pymes a través de las estrategias RIS3
(Research and Innovation Strategies for Smart Specialisation).
Estos programas posibilitan a las administraciones focalizar sus proyectos de innovación a fines concretos, lo que supone una gran oportunidad para desarrollar políticas de innovación adaptadas a sus tejidos productivos.
La importancia de apostar por la innovación se deja notar en el
desarrollo de los países pero también de las empresas. Un estudio de PwC
sostiene que el 20% de las empresas más innovadoras en todo el mundo experimentará en los próximos años un crecimiento superior al 62%, mientras que el 20% de las menos innovadoras no superará el 20,7%.
Es decir, las compañías que inviertan en I+D podrían crecer el triple
de rápido. El informe destaca la importancia de las redes sociales en
este tipo de empresas para buscar un ambiente colaborativo que consiga
mejores resultados.
Uno de los principales indicadores para medir la repercusión de la
innovación tecnológica es la relación de patentes triádicas por millón
de habitantes. Es decir, las que tienen efectos conjuntos en la Oficina
Europea de Patentes, la Oficina Estadounidense de Patentes y Marcas
(Uspto) y la Oficina Japonesa de Patentes (JPO). En la clasificación, España alcanza una tasa de 5,2 para el período 2005-2009, frente a 117,5 de Suiza, el 69,9 de Alemania o el 17,1 de Irlanda.
Según el informe Capital social e innovación en Europa y en España,
elaborado por Cotec, estos datos también tienen su explicación en la
distancia que existe entre la sociedad y la clase política, la escasa autonomía de los investigadores y problemas sociales como la tardía emancipación de los jóvenes o la escasa cultura del asociacionismo.
Para acabar con esta situación, el estudio de Cotec propone cambiar
las estructuras de las empresas y las relaciones que tienen entre sí,
además de propiciar la movilidad geográfica de los estudiantes y
trabajadores. Además, el informe concluye que una de las mayores reformas debería acatarse en el sistema educativo
para impulsar una formación profesional realmente orientada al mercado
laboral y buscar la especialización de las universidades españolas.
Artículo: http://www.elmundo.es/economia/2014/02/09/52f6be6c268e3ed51c8b4578.html
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