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Uno de los hechos relevantes que han sucedido en la economía española
desde el comienzo de la crisis es el importante aumento en la
productividad media de las personas ocupadas. La productividad es el
resultado de dividir el valor añadido bruto de la nación a euros
constantes por el número de personas ocupadas (o por las horas efectivas
de trabajo, para un cálculo más preciso). Los aumentos en la
productividad ocurren algebraicamente porque la producción aumenta en
mayor proporción de lo que aumenta el trabajo, o porque la producción
desciende proporcionalmente menos de lo que disminuye el trabajo. En los
años de la crisis, el aumento de la productividad coincide con menos
empleo, y, por tanto, estaríamos en el segundo de los escenarios. El
patrón se repite en el tiempo: la economía española experimenta los
mayores crecimientos de productividad cuando se destruye empleo,
mientras que las ganancias de productividad en periodos expansivos de
crecimiento en producción y empleo son menores o inexistentes. La
pregunta sobre la compatibilidad entre crear empleo y mejorar la
productividad es relevante para un crecimiento sostenido en el tiempo
del bienestar.
La explicación de los niveles observados en la productividad media de
la economía y su evolución en el tiempo se encuentra en la tecnología,
organización y gestión de la empresa representativa de la economía
española, y en la heterogeneidad del tejido empresarial. Cuando nos
centramos en una empresa concreta, su producción por trabajador se
explica por: a) la eficiencia general con la que la empresa transforma
los recursos en producción, llamada productividad total (PT); b) por el
esfuerzo medio de los trabajadores en el puesto de trabajo; c) por la
dotación del resto de recursos productivos por trabajador, en cantidad y
calidad, y d) por el efecto de las economías de escala.
Resulta difícil explicar que en un corto periodo de tiempo y
precisamente en los años de crisis, la empresa española se transforma
tecnológica y organizativamente hasta el punto de que las ganancias de
productividad puedan atribuirse en una parte sustancial a la mejora en
la eficiencia general que capta la PTF. Sí está comprobado que, en las
épocas de crisis, las empresas llevan a cabo profundas revisiones de sus
procesos productivos racionalizando y eliminado recursos de holgura,
incluido el empleo. Cuando las cosas van bien, la dirección de la
empresa está más pendiente de gestionar las ventas que de gestionar la
eficiencia productiva y los costes; en las dificultades, el foco cambia
hacia la racionalización y el ahorro de costes, lo cual permite ahorrar
recursos aun manteniendo los niveles de producción. Por tanto, es de
esperar que una parte de la mejora observada en la productividad del
trabajo sea el resultado del esfuerzo de las empresas españolas en
eliminar holguras acumuladas en los años de bonanza.
Aunque en los
datos macro no aparecen, las empresas saben muy bien que la motivación
de los trabajadores es un factor muy determinante de su productividad en
el puesto de trabajo. La motivación determina el esfuerzo, la atención y
el empeño con los que cada persona realiza su trabajo; cuando la
motivación es alta y positiva, la empresa funciona bien con una
supervisión jerárquica de baja intensidad, pues la motivación positiva
es el reflejo de una satisfacción intrínseca por el trabajo realizado.
En ausencia de motivación intrínseca, el esfuerzo se consigue con
supervisión intensa y con la expectativa de evitar penalizaciones
importantes por incumplimiento de los objetivos marcados. Desconocemos
si la motivación intrínseca tiene un peso significativo en el trabajador
español medio, pero sí sabemos, a partir de investigaciones realizadas,
que en periodos de contracción y crisis los trabajadores se esfuerzan
más en su trabajo para tratar de mantener el empleo. Como muestra, el
notable descenso del absentismo laboral que se observa desde el inicio
de la crisis en la economía española.
Otra forma de aumentar la productividad por trabajador es sustituir
trabajo por otros recursos productivos, por ejemplo capital, o sustituir
trabajo nacional por trabajo exterior importando bienes intermedios que
antes se fabricaban en la misma empresa. Aunque la crisis está poniendo
en evidencia un aumento de la ratio de capital por persona ocupada en
la economía española, una buena parte de ese aumento desaparece cuando
el capital instalado se ajusta por el bajo grado de la utilización de la
capacidad productiva. A corto y a medio plazo no deben esperarse
aumentos significativos de capital por trabajador, pues los precios
relativos de los factores, salarios a la baja, favorecen al trabajo
sobre el capital. Por otra parte, las cifras de comercio exterior dan
cuenta de la importante contracción de las importaciones en los últimos
años. Por tanto, la sustitución de factores no es una explicación
convincente del comportamiento de la productividad.
Los rendimientos de escala se refieren a una propiedad de la función
de producción por la cual un mismo incremento en todos los recursos
empleados en la empresa da lugar a un aumento proporcionalmente mayor
(rendimientos crecientes), igual (constantes) o menor (decrecientes) en
el volumen de producción. Para una dotación dada de capital por
trabajador, la productividad media por ocupado aumenta, no varía o
disminuye con el número de personas ocupadas, si los rendimientos son
crecientes, constantes o decrecientes, respectivamente. Una evolución de
la productividad de signo opuesto a la evolución de la producción y del
empleo, como la que se observa en la economía española, es compatible
con rendimientos decrecientes en la tecnología representativa de
producción. Esto significa que la combinación de recursos y producción
se desplaza de unos puntos a otros de la tecnología de producción, sin
que la tecnología se desplace hacia una relación más favorable de
producción y recursos empleados como ocurre con las mejoras en la PTF.
Lo
que ocurre en el ámbito de empresa representativa no es suficiente para
explicar la productividad media de la economía. Es preciso tener en
cuenta también la heterogeneidad del tejido empresarial, que, además,
pone en duda la validez del concepto de empresa representativa. La
heterogeneidad afecta a las tecnologías de producción, gama de
productos, organización interna, calidad de gestión, etcétera. Resulta
útil, a efectos de esta exposición, centrarnos en la heterogeneidad en
las PTF de las empresas, como síntesis de las diferencias en la calidad
de gestión de las mismas. La empresa representativa esconde las
diferencias en las PTF-calidad de gestión entre las empresas que
componen el tejido productivo. En el supuesto realista de que mantener
activa una empresa obliga a incurrir en un coste fijo, es fácil deducir
que la supervivencia financiera de cualquier empresa está condicionada a
que obtenga un beneficio bruto suficiente para cubrir ese coste fijo.
El beneficio bruto mínimo depende, a su vez, de que la empresa alcance
un umbral mínimo de PTF, umbral que aumenta con las ventas de la
empresa, para un margen bruto dado y con el nivel de coste fijo.
En fases expansivas del ciclo, cuando la demanda agregada crece y las
ventas por empresa también lo hacen, el umbral mínimo de PTF para la
supervivencia económica disminuye. Con ello se produce la entrada de
nuevas empresas en los mercados, todas ellas provenientes de la cola
inferior de la distribución de valores de PTF y, por tanto, con menor
productividad media que las ya establecidas. En las fases contractivas
del ciclo se produce el movimiento opuesto: sube el umbral mínimo y
abandonan el mercado las empresas menos eficientes, con el consiguiente
aumento en la productividad media de las que permanecen, que, al mismo
tiempo, aumentarán la producción.
Los rendimientos decrecientes de las tecnologías de producción
dominantes y la elevada dispersión en la PTF-calidad de gestión entre el
tejido empresarial español explican la elevada volatilidad en la
productividad media y en el empleo del conjunto de la economía, así como
el signo opuesto en los movimientos de las dos variables. La
volatilidad es de esperar que tenga efectos negativos sobre el nivel
medio de crecimiento de la productividad y del empleo en el tiempo. Por
ejemplo, porque la volatilidad genera más riesgo en forma de
variabilidad en los beneficios, aumenta el coste del capital y reduce la
inversión, especialmente en activos intangibles, entre los que no debe
menospreciarse la motivación intrínseca de los trabajadores con más
estabilidad en el empleo. Habrá que comprobar empíricamente si
efectivamente la tecnología representativa de la economía española
muestra los rendimientos decrecientes que aquí se conjeturan.
Probablemente, las políticas macroeconómicas, especialmente las fiscales
y los llamados estabilizadores automáticos, también tendrán algo que
ver en la volatilidad en la demanda que se traslada a la de las
empresas.
Pero hasta que comprendamos mejor los factores de volatilidad que
están detrás del crecimiento de la economía española podemos hacer algo
que sin duda actuará como elemento estabilizador. Se trata de reducir el
peso de los gastos fijos en la estructura de costes de las empresas.
Ello es posible si se reduce el importe fijo de la financiación
empresarial reduciendo el peso de la deuda y aumentando el de los
recursos propios, y si se reduce el coste fijo del empleo estableciendo
mecanismos retributivos en los que una parte del salario se vincule a la
evolución de los beneficios empresariales.
Emilio Huerta es catedrático de la Universidad Pública de Navarra, y Vicente Salas es catedrático de la Universidad de Zaragoza.
Artículo de opinión: http://economia.elpais.com/economia/2013/11/01/actualidad/1383305653_398494.html
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